Parece que nuestro universo y sus leyes han sido diseñados con exquisita precisión para permitir nuestra existencia y que, si tenemos que existir, queda poca libertad para su alteración. Esto no es explicable fácilmente y suscita la pregunta natural de porqué las cosas son así. A mucha gente le gustaría que utilizáramos esas coincidencias como evidencia de la obra de Dios.
La idea de que el universo fue diseñado para alojar a la humanidad aparece en las teologías y las mitologías desde hace miles de años hasta el presente. En el Popal Vuh de los mayas los dioses proclaman: «No recibiremos gloria ni honor de lo que hemos creado y formado hasta que existan los humanos, dotados de razón». Un texto egipcio típico datado hacia 2000 a. C. dice que «Los hombres, el ganado de Dios, han sido bien proveídos. Él (el dios Sol) hizo el cielo y la tierra para beneficio de ellos». En China, el filósofo taoísta Lieh Yu-Khou expresó la idea mediante un personaje de una narración que dice: «El cielo hace crecer cinco tipos de grano y produce los animales con aletas o con plumas especialmente para nuestro provecho».
En la cultura occidental, el Antiguo Testamento contiene la idea del diseño providencial en su historia de la creación, pero la interpretación cristiana también fue muy influida por Aristóteles, quien creía «en un mundo natural inteligente que funciona de acuerdo con un diseño». El teólogo cristiano medieval Tomás de Aquino (1225-1274) utilizó las ideas de Aristóteles sobre el orden de la naturaleza para argumentar la existencia de Dios. En el siglo XVIII, otro teólogo cristiano llegó al extremo de decir que los conejos tienen colas blancas para que nos resulte más fácil cazarlos.
Una ilustración más moderna del punto de vista cristiano fue suministrada hace unos pocos años por Christoph Schónborn, cardenal arzobispo de Viena, quien escribió: «Actualmente, a comienzos del siglo XXI, enfrentados a afirmaciones científicas como el neodarwinismo y la hipótesis del multiverso (existencia de muchos universos) en cosmología, inventadas para eludir las evidencias abrumadoras de propósito y de diseño halladas en la ciencia moderna, la Iglesia Católica defenderá todavía la naturaleza humana proclamando que el diseño inmanente en la naturaleza es real».
En cosmología, la evidencia abrumadora de propósito y diseño a la cual se estaba refiriendo el cardenal es el ajuste fino de las leyes físicas. El punto de inflexión en el rechazo científico de un universo centrado en los humanos fue el modelo copernicano del Sistema Solar, en el cual la Tierra ya no tenía una posición central. Irónicamente, el punto de vista del propio Copérnico era antropomórfico, hasta el extremo de que nos consuela haciéndonos observar que a pesar de su modelo heliocéntrico la Tierra está casi en el centro del universo: «Aunque (la Tierra) no esté en el centro del mundo, sin embargo, su distancia (a dicho centro) no es nada en comparación con la de las estrellas fijas».
Con la invención del telescopio, algunas observaciones del siglo XVII, como el hecho de que nuestro planeta no es el único orbitado por una luna, apoyaron el principio copernicano de que no gozamos de una posición privilegiada en el universo. En los siglos siguientes, cuanto más supimos sobre el universo más pareció que nuestro planeta era tan sólo una variedad de la jardinería planetaria. Pero el descubrimiento relativamente reciente del ajuste extremadamente fino de muchas de las leyes de la naturaleza nos podría conducir, al menos a algunos, hacia la vieja idea de que ese gran diseño es la obra de algún gran Diseñador. En América, como la Constitución prohíbe la enseñanza de la religión en las escuelas, ese tipo de idea es denominado diseño inteligente, con la idea no manifiesta pero implícita de que el Diseñador es Dios. Pero esa no es la respuesta de la ciencia moderna.
Nuestro universo parece ser uno entre muchos otros, cada uno de ellos con leyes diferentes. La idea del multiverso no es una noción inventada para justificar el milagro del ajuste fino, sino que es consecuencia de la condición de ausencia de límites y de muchas otras teorías de la cosmología moderna. Pero si es verdad, reduce el principio antrópico fuerte al débil, al situar los ajustes finos de las leyes físicas en la misma base que los factores ambientales, ya que significa que nuestro hábitat cósmico —actualmente la totalidad del universo observable— es tan sólo uno entre otros muchos, tal como nuestro sistema solar es uno entre muchos otros.
Ello quiere decir que de la misma manera que las coincidencias ambientales de nuestro sistema solar fueron convertidas en irrelevantes al darnos cuenta de que existen miles de millones de sistemas planetarios, los ajustes finos en las leyes de la naturaleza pueden ser explicados por la existencia de miles de millones de universos. Mucha gente a lo largo de los siglos ha atribuido a Dios la belleza y la complejidad de la naturaleza que, en su tiempo, parecían no tener explicación científica. Pero así como Darwin y Wallace explicaron cómo el diseño aparentemente milagroso de las formas vivas podía aparecer sin la intervención de un Ser Supremo, el concepto de multiverso puede explicar el ajuste fino de las leyes físicas sin necesidad de un Creador benévolo que hiciera el universo para nuestro provecho.
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