Cuenta la historia que dos amigos iban por un desolado sendero a través de las llanuras, camino a Bagdad, era la época del siglo XII. Mientras hablaban de algo que para mucha gente no tiene demasiada (a veces ninguna) importancia... tropezaron de pronto con una persona que yacía en el suelo, con las ropas sucias y muy golpeado.
–Denme algo de comida, por favor–, les empezó a decir, –soy uno de los generales de su rey, nuestra caravana ha sido atacada por bandidos del desierto y logré sobrevivir de milagro–.
–Yo tengo 5 panes–, dijo Samir, uno de los dos amigos, –y yo tengo 3 panes–, dijo el otro.
–Si comparten sus panes conmigo, mientras vamos camino a Bagdad, les pagaré con 8 monedas de oro por ellas, y serán ricos–, propuso el general.
Estuvieron de acuerdo, he hicieron el camino hacia Bagdad mientras comían cada cierto tiempo un pan repartido entre tres.
Cuando llegaron al reino, se presentaron ante el rey y el general le habló muy bien de ellos y de la promesa que les había hecho. El rey mandó al general a que distribuya las 8 monedas de oro prometidas de una manera justa. Y el general procedió a darle 5 monedas de oro a Samir y 3 a su amigo, con lo que Samir no se mostró muy conforme que digamos...
–Disculpe usted, su alteza–, empezó a decir Samir, –si bien la recompensa que nos está dando es sumamente generosa, es matemáticamente incorrecta, ya que a mí me deberían corresponder 7 monedas de oro y a mi querido amigo solamente 1–.
Todos en la sala, quedaron asombrados por lo que acababa de decirse. ¿Cómo no iba a ser correcta la repartición si él había tenido 5 panes y su amigo 3, y les habían recompensado con 5 y 3 monedas de oro respectivamente? ¿De dónde sacaba que a él le correspondían 7 y a su amigo 1 moneda de oro?
–Vas a tener que explicar lo que acabas de decir, muchacho–, dijo el rey, que parecía una persona muy sabia, en un tono muy sereno.
Antes de continuar con la historia, se le invita al lector a pensar un breve instante, para ver si es capaz de llegar a la respuesta que dio Samir como justificación de su reclamo, el cual, por cierto, era justo y correcto. Luego puede seguir con la lectura...
–Seguramente recuerda usted que cada vez que sacábamos un pan lo repartíamos en tres partes iguales, una para cada uno–, se dirigía Samir al general. –Eso significa que por las 8 galletas hemos tenido 24 trozos de galletas. Los cuales hemos repartido de manera equitativa, o sea que hemos comido 8 trozos cada uno. Yo tenía 5 panes, de los cuales salen 15 trozos si he comido 8 significa que a usted le he dado 7. Mi querido amigo tenía 3 panes, de los cuales salen 9 trozos, si él ha comido 8, significa que a usted le ha dado 1. De los 8 trozos que usted ha comido, 7 han sido míos y 1 de mi amigo. Por lo tanto a mí me corresponden 7 y a él 1 moneda de oro–.
Todos en la sala quedaron boquiabiertos. Hubo un silencio que pareció eterno. Los ojos del rey que casi se salían de sus órbitas, parecían perdidos en el horizonte.
–Eres realmente genial–, dijo el rey cuando volvió en sí. –Quiero ofrecerte que trabajes para mí en el castillo, hay una infinidad de cuentas que necesito que alguien capacitado revise, y tú pareces ser la persona indicada–.
Cuenta la historia que Samir aceptó la oferta del rey y desde ese día trabajó y vivió en el castillo del rey, claro que acompañado de su querido amigo, con quien, todas las tardes, hablaba de algo que para mucha gente no tiene demasiada (a veces ninguna) importancia... hablaban de matemáticas.
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